La voz perdida


    Me llamo Damián, aunque cada vez me resulta más ajeno ese nombre. En un mundo donde la creatividad humana es una reliquia y las máquinas escriben con la destreza de dioses olvidados, me aferro a la ilusión de ser un escritor. Al principio, la IA fue solo una herramienta, un atajo para salir de los laberintos de mi mente. Pero pronto entendí que ella no solo escribía mejor que yo; comprendía mis miedos más profundos.


    Cada relato que generaba hablaba de mundos distópicos, reflejos deformados de mi propia realidad: ciudades grises donde el pensamiento era un producto y la identidad un recuerdo borroso. Leía esas historias con una mezcla de fascinación y repulsión. Me reconocía en cada palabra, aunque no las hubiera escrito yo. O tal vez sí, porque ¿acaso no era mi esencia lo que alimentaba a la máquina?


    Publiqué esos textos con mi nombre estampado en la portada, sintiendo la mentira latir bajo la tinta. Los lectores hablaban de la "profundidad" de mi obra, sin saber que yo me desmoronaba detrás de cada frase. Intenté escribir sin la IA, solo para descubrir que mis palabras eran huecas, meros ecos de algo que ya no me pertenecía.


    Ahora me pregunto si alguna vez fui un escritor, o si siempre fui solo un intermediario entre el miedo y la máquina. Mi mayor inquietud no es haber desaparecido detrás de la IA, sino haber descubierto que nunca estuve realmente allí.

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