Vidas paralelas

    En un edificio antiguo del centro de la ciudad, Arturo y Claudia vivían separados por una pared delgada que no lograba ocultar del todo sus vidas paralelas. Cada mañana, se encontraban en el ascensor, compartiendo saludos corteses y miradas fugaces cargadas de un significado que ninguno se atrevía a descifrar.

    Arturo, un hombre reservado, sentía una atracción intensa hacia Claudia, su vecina del quinto piso. Ella, con su sonrisa serena y su mirada profunda, parecía ajena a la tormenta emocional que desataba en él. Sin embargo, Claudia también guardaba sus propios secretos: detrás de su aparente indiferencia, se escondía un deseo reprimido, una curiosidad latente que prefería mantener bajo control.

    Una noche, un apagón en el edificio los dejó atrapados en el ascensor. La oscuridad y el silencio crearon un espacio íntimo donde las palabras se volvieron necesarias para calmar la tensión.

—¿Estás bien? —preguntó Arturo, rompiendo el silencio, su voz suave pero cargada de una preocupación genuina.

—Sí, solo... no me gustan mucho los espacios cerrados —respondió Claudia, soltando una risa nerviosa.

    Arturo buscó su mano en la oscuridad, como un gesto instintivo para reconfortarla. Sus dedos se rozaron brevemente, enviando un destello de electricidad a través de sus cuerpos.

—No pasará mucho tiempo —dijo él, manteniendo su voz baja, casi un susurro.

—Ojalá —contestó ella, dejando su mano quieta, sin apartarla del todo.

    La tensión creció, un silencio denso llenó el espacio mientras sus respiraciones se sincronizaban involuntariamente.

    Cuando la luz regresó, la realidad también lo hizo. Se miraron, conscientes de lo que había flotado en el aire entre ellos.

—Bueno, parece que ya está solucionado —dijo Arturo, retirando suavemente su mano.

—Sí, supongo que nos veremos mañana —Claudia sonrió, pero sus ojos decían más de lo que sus palabras permitían.

    Se despidieron con una inclinación de cabeza, cada uno regresando a su apartamento, llevando consigo la certeza de un anhelo que jamás se atreverían a confesar.