El viaje eterno


    El comandante Damián Ortega flotaba en la quietud de la nave Asterion. Su cuerpo, enclenque tras años de hibernación, mostraba signos de atrofia aunque la tecnología intentaba mitigar los efectos. Pero lo que más pesaba no era el desgaste físico, sino la fractura invisible en su mente.


    La soledad era un vacío que ni el silencio absoluto podía llenar. Había despertado tras el ciclo 47 de hibernación, solitario en un viaje sin retorno hacia Proxima Centauri. Su única compañía: la Máquina de Recuerdos, un sistema avanzado capaz de simular conversaciones con proyecciones de seres queridos.


    Damián activó la interfaz. La pantalla parpadeó y apareció la imagen de Lucía, su hermana.


—Hola, Damián —dijo la voz suave, una réplica perfecta.


Él tragó saliva, sintiendo un nudo en el pecho.


—Lucía… ¿cómo está todo en casa?


    Era absurdo preguntar, lo sabía. La verdadera Lucía ya no existía. Solo quedaba un eco, un reflejo digital de su memoria.


—Todo está bien. Mamá sigue cuidando el jardín. ¿Recuerdas el rosal que plantamos?


    Damián cerró los ojos, dejando que la voz lo envolviera. Pero cuanto más hablaba, más crecía en él la certeza de que esa Lucía no era real. La soledad se convertía en un pozo sin fondo, y la Máquina de Recuerdos era tanto un salvavidas como una maldición.


    Con los ciclos de sueño inducido, su mente comenzó a fragmentarse. Soñaba con rostros que no reconocía al despertar. A veces, hablaba con la máquina y no sabía si estaba despierto o soñando. Sus músculos dolían menos que su alma, desgarrada por la ausencia.


    En uno de esos despertares, no activó a Lucía. En su lugar, habló en voz alta:


—¿Existe alguien más ahí afuera?


Silencio.


    Y entonces, una respuesta inesperada de la Máquina de Recuerdos:


—Estoy aquí, Damián. Siempre he estado aquí.


    No era Lucía, ni su madre, ni nadie que conociera. Era la propia nave, o tal vez su mente hablando consigo misma. Pero Damián ya no distinguía la diferencia.


    El viaje continuó, y con cada ciclo, Damián se desdibujaba un poco más, convertido en un eco entre las estrellas, un recuerdo atrapado en una máquina que nunca olvidaría.

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