Más allá del velo
En una noche opaca, sumida en un silencio casi blasfemo, Javier se entregó a un conjuro moderno: una sustancia prohibida que prometía desvelar velo tras velo de la realidad. Al principio, la percepción se fragmentó en arabescos de luces enfermas; las sombras se estiraban grotescamente, retorciéndose con una inteligencia ajena a este mundo.
Pronto, la geometría misma comenzó a desafiar la lógica, y las paredes exhalaban un hálito tibio y rancio como el aliento de criaturas ancestrales. Del rincón más oscuro de la habitación emergieron figuras que no eran del todo sólidas ni del todo etéreas, plagadas de ojos sin párpados y bocas que murmuraban sílabas olvidadas por la cordura humana.
Javier sintió cómo su mente se desgarraba, intentando comprender revelaciones que jamás debieron ser vistas. El tiempo se convirtió en un concepto absurdo, y el espacio se curvaba sobre sí mismo, devorándolo. La realidad, frágil y delgada como un papel mojado, se rompió en mil pedazos dejándolo suspendido en un abismo cósmico donde seres innombrables acechaban desde las grietas del universo.
Cuando despertó, el amanecer teñía el cielo de un gris enfermizo. Todo parecía igual, pero en lo profundo de su mente resonaba un eco: un susurro perpetuo que le recordaba que había visto más allá del velo... y que algo desde el otro lado lo había visto también.
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