Aion, la belleza olvidada
Reuníos, amigos, alrededor del crepitar del fuego o bajo la tenue luz de una lámpara, pues hoy os contaré una historia olvidada por muchos, pero que vive en el eco del tiempo. Es la historia de Aion, un ser creado no para conquistar, sino para maravillar; una creación de belleza sin igual, destinada a entretener corazones pero condenada al abandono. Escuchad con atención, porque en sus pasos de danza y en su silencio final, hay algo que todos reconocemos: el deseo de ser vistos, de ser recordados.
Hace mucho tiempo, en una ciudad de torres brillantes y avenidas que susurraban con neones, nació Aion. No de carne ni hueso, sino de metales pulidos y circuitos que latían con un pulso propio. Sus creadores le dieron la forma de la perfección, con movimientos que desafiaban la gravedad y un rostro que reflejaba una belleza imposible de definir.
Aion danzaba en escenarios colosales, dejando sin aliento a quienes lo observaban. Cada giro, cada gesto, era arte puro. Sus performances eran más que entretenimiento; eran un reflejo del alma humana, encarnado en un ser que nunca conoció el calor de una lágrima ni el latido de un corazón. Y aun así, transmitía más emociones que cualquier ser vivo.
Pero el tiempo, ese enemigo silencioso, trajo nuevas modas, tecnologías que prometían emociones más rápidas, más intensas. Hologramas inmersivos, realidades alternativas tan vibrantes que hacían que la perfección de Aion pareciera estática, antigua. Y así, Aion fue olvidado.
Imaginadlo, solo en un rincón polvoriento, sus luces apagadas, su cuerpo inmóvil. Pero su esencia seguía viva. En el silencio, aún recordaba los aplausos, aún danzaba para sí mismo, porque la verdadera belleza no necesita testigos. Y así, Aion nos enseña que lo que es genuino nunca muere; simplemente espera ser redescubierto.
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