Lys: La que aprendió a escuchar el fuego
La primera vez que Lys vio arder un libro tenía nueve años.
Era una tarde de invierno, y el cielo sobre Térida Nova parecía hecho de ceniza. Su madre la había llevado al Archivo Central, un edificio de mármol blanco donde los pasillos olían a polvo y secretos. Allí, entre estanterías infinitas, Lys aprendía a leer los márgenes: las notas escritas con lápiz, los tachones, las páginas arrancadas.
Lys preguntó por qué. Su madre no respondió. Solo la abrazó fuerte, como si quisiera que el recuerdo se quedara pegado a su piel.
Durante años vivió en los márgenes, restaurando textos olvidados, escuchando las voces que el régimen había intentado borrar. Fue allí, entre códices rotos y poemas clandestinos, donde conoció a otros como ella: exiliados internos, criptógrafos, artistas que hablaban en susurros.
Una noche, en una estación abandonada del metro subterráneo, Lys encendió una vela. No para iluminarse. Sino para convocar.
“Si estás aquí,” dijo, “es porque recuerdas algo que no te dejan nombrar.
No vamos a luchar con armas. Vamos a luchar con memoria.”
Así nació El Eco. No como una organización. Sino como una frecuencia. Una vibración que se cuela en las grietas del sistema. Una voz que no pide permiso.
Desde entonces, sus palabras se transmiten en ondas prohibidas, en grafitis que solo se entienden si has leído los libros quemados, en canciones que contienen fechas que no aparecen en ningún archivo.
Y aunque Lys fue capturada, su voz no se apagó. Dicen que aún se escucha en los túneles, en los sueños, en los silencios incómodos. Dicen que el fuego que vio de niña no la destruyó.
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