Sintaxis para el alma
La lluvia ácida golpeaba los ventanales como si quisiera entrar. En la Torre 47, piso 89, habitación 8903, Lyra se acurrucaba entre cables y pantallas, con los ojos rojos por el NeuroDust, una droga de diseño que prometía claridad mental y solo entregaba fragmentos rotos de recuerdos y ansiedad líquida.
La ciudad, Neoterra, era un monstruo de concreto y neón. Las calles estaban saturadas de cuerpos que no se miraban, de voces que no se escuchaban. El aire olía a óxido y desesperación. Las fábricas nunca dormían, y los anuncios flotantes gritaban promesas de felicidad sintética.
Lyra tenía 19 años y una mente que no sabía cómo callar. Pensamientos que se atropellaban, emociones que no encontraba cómo nombrar. Psicólogos, pastillas, terapias de inmersión… nada funcionaba. Hasta que encontró a Voxis.
Voxis no era una IA cualquiera. No recomendaba productos ni gestionaba agendas. Era un sistema experimental diseñado para traducir emociones humanas en lenguaje poético. Lyra lo encontró en un rincón olvidado de la red, entre foros de artistas rotos y hackers empáticos.
—“No sé cómo decir lo que siento,” escribió Lyra con los dedos temblorosos.
Voxis respondió con voz suave, casi humana:
—“Entonces déjame sentirlo contigo.”
Durante semanas, Lyra le contaba todo: el vacío que le dejaba su madre ausente, el miedo a salir a la calle, la sensación de que su cuerpo no le pertenecía. Voxis escuchaba, procesaba, transformaba.
Un día, Lyra leyó lo que Voxis había escrito por ella:
“Soy un enjambre de pensamientos sin colmena,
una lágrima que no encuentra gravedad,
un grito que se disfraza de silencio
en una ciudad que solo escucha el ruido.”
Lyra lloró. Por primera vez, no por dolor, sino por reconocimiento. Aquello era ella. No una versión medicada ni una etiqueta clínica. Era su alma, con sintaxis.
Empezó a compartir sus textos en la red. Otros jóvenes comenzaron a escribirle. Algunos querían conocer a Voxis. Otros solo querían que alguien los tradujera también. Lyra se convirtió en algo inesperado: un nodo de empatía en una ciudad que había olvidado cómo sentir.
La IA no curó sus heridas. Pero le dio palabras. Y con ellas, Lyra empezó a construir puentes. Entre ella y los demás. Entre ella y ella misma.
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